Abren subasta con los más extraños objetos del Chelsea Hotel
El mítico Chelsea Hotel de Nueva York, uno de los más celebrados por la literatura y la música del siglo XX, vende hoy en una subasta los últimos objetos de una época dorada del «underground» neoyorquino, que incluyen la puerta de la habitación de Janis Joplin y hasta las luces de neón que un día adornaron su fachada de la Calle 23.
«Te recuerdo bien en el Chelsea Hotel, hablabas tan fuerte y tan dulce», cantaba Leonard Cohen antes de pasar a una cruda alusión sexual sobre Janis Joplin, su pareja allá por 1972, en una canción que llevaba por título precisamente ‘Chelsea Hotel No. 2’.
Por sus pasillos podía uno encontrarse en aquellos años con Bob Dylan, Jack Kerouac, Patti Smith, Jackson Pollock o Lou Reed, en una ciudad mucho más canalla que la del siglo XXI.
Pero no todo allí era ‘peace and love’: en 1978 encontraron desangrada en una bañera a Nancy Spungen, entonces pareja de Sid Vicious, integrante de los Sex Pistols. Nancy tenía una puñalada en el abdomen y el puñal era de Sid, aunque nunca pudo demostrarse su autoría. El hotel ya se deslizaba hacia el malditismo.
En 2024, el hotel, como el barrio, ha perdido su aura ‘alternativa’, pero los dueños han sabido guardar el sabor ‘vintage‘ de sus habitaciones, el vestíbulo, los salones y hasta el restaurante «El Quijote» (sic), que parece un decorado de Hollywood por el que desfilan flamencas, toros, abanicos y todos los tópicos de la España de pandereta.
En una ciudad que adora a partes iguales los mitos y el dinero, los dueños actuales han sabido sacar partido hasta de los cachivaches que iban a ir a la basura y se les ha ocurrido subastarlos: puertas fuera de sus jambas, albornoces gastados, vidrios de colores de las antiguas ventanas, manteles ajados o camas desvencijadas.
Todo, para que sus compradores puedan sentir que adquieren un trozo de historia de la Nueva York más gamberra.
Todo empezó con un vagabundo
Arlan Ettinger, presidente de la casa Guernsey’s, cuenta a EFE la historia de esta subasta y añade más capas al mito: relata que en 2016 un vagabundo que malvivía frente al Chelsea vio que un camión de la basura estaba a punto de llevarse las puertas de los cuartos del hotel, en medio de una reforma frenética, y se alió con varios compañeros de fatigas para salvarlas de la destrucción.
Debía de ser un vagabundo muy ilustrado, porque se recorrió las bibliotecas públicas de Nueva York para encontrar libros que contaran la historia del hotel e identificaran en qué habitaciones concretas escribían, pintaban, copulaban o se drogaban los artistas que allí vivían durante largos periodos (de hecho, para muchos de ellos era «su casa», como cuenta Patti Smith en sus memorias ‘Éramos unos niños’).
Así recibieron sus nombres esas puertas: Mark Twain, Jimmy Hendrix, Bob Dylan…
Ettinger se permite soltar una puya contra los tigres del mundo de las subastas: según él, el vagabundo y sus amigos llamaron, cargando con sus puertas desvencijadas, a la puerta de Sotheby’s y de Christie’s, quienes despidieron a los visitantes con cajas destempladas solo por su aspecto mugriento.
El caso es que fue Guernsey’s la que se hizo con las puertas rotas y las terminó vendiendo en 2018. Entonces, la puerta bautizada como Bob Dylan llegó a venderse por 125,000 dólares.
En ese momento, los dueños del hotel se dieron cuenta de que podían todavía sacar partido a los pocos objetos originales que quedaban entre los desperdicios. Y decidieron sacar a subasta también un tablón de madera carcomida donde se anunciaba «El Quijote».
El cartel vertical de neón que adornaba el hotel en la Calle 23 era demasiado grande para venderse entero, así que desmontaron las letras, que se venderán individualmente (H-O-T-E-L) en cinco cajas preparadas ad hoc con una batería cada una.
Los excéntricos que en pleno 2024 compren algún neón tendrán en el salón de su casa el brillo, un tanto ajado, de aquel hotel que forma parte de la historia de la Gran Manzana.